Si a la vida ... no al Alca

El ALCA, ni prójimo de la Unión Europea

Alberto Acosta

En algunos escenarios no faltan voces que comparan el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) con la propuesta de integración que dio lugar a la Unión Europea. Si los europeos se unen, por qué no los americanos, se preguntan algunas personas.

Detrás de este planteamiento, aparentemente razonable, hay claros intereses y también un marcado desconocimiento del tema.

Para empezar, el diseño del ALCA, su lógica y los ritmos planteados para su introducción son dictados por los EEUU. En realidad no ha habido un intento real para proponer ajustes desde una perspectiva latinoamericana. Y no sólo eso, no hay condiciones para que algún país latinoamericano, ni siquiera Brasil, pueda proponer cambios sustantivos. Inversiones y comercio agotan la propuesta.

No se plantean esquemas políticos e institucionales compartidos. Por ningún lado asoman compromisos sociales o ambientales, más allá de los ya contemplados en varios tratados internacionales, algunos de los cuales no han sido ratificados por los EEUU.

El ALCA, en definitiva, sintetiza la pretensión de Washington para ampliar a todo el hemisferio la vigencia del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), cuyo peso es determinante en esta integración puramente mercantilista. Como reconoce Susanne Gratius, en un interesante análisis realizado desde la visión europea, difundido por la Fundación Friedrich Ebert (ver www.lainsignia.org), "el ALCA es preminentemente una iniciativa de EEUU para mantener su competitividad económica e influencia política en el mundo".

Mientras el ALCA gira alrededor de la "teología" del libre mercado, la iniciativa europea, que también apoya la integración comercial, se ajusta a una dimensión política-institucional y social. Frente a la práctica asimétrica que se deriva del librecambismo yanqui, en Europa se incorporan criterios de equidad; basta recordar los fondos de cohesión y los fondos regionales para apoyar financiera y técnicamente a los países de menor desarrollo relativo para que alcancen el nivel de las naciones más ricas (como sucedió con España), algo que no asoma por lado alguno en el ALCA.

En la Unión Europea se construyen espacios para el diálogo político entre sus países miembros: el Parlamento Europeo, por ejemplo; hay un esfuerzo sostenido por configurar un marco jurídico común: el Tribunal Europeo de Justicia, para citar otro ejemplo; y aún el esquema de unificación monetaria, a partir de una largamente trabajada convergencia de políticas económicas, transformó a la renuncia de las monedas nacionales en una opción para ganar en soberanía regional, a través de decisiones democráticas; como muestra adicional de las diferencias con Europa asoma la dolarización unilateral de las economías latinoamericanas, alentada de diversas maneras por los grupos de poder de Washington, que son los mismos que impulsan el ALCA con el apoyo de un entusiasta coro de intelectuales e ignorantes orgánicos.

Mercado común sí, pero con equilibrio social y con coordinación política, asoman en la estrategia europea; proceso en el que no están ausentes debilidades y contradicciones. A pesar de eso, hay mucho que aprender de Europa, sin llegar a la copia simplona de su experiencia integracionista.

(Publicado en el Diario Hoy. Ecuador, 23 de octubre de 2002.)